La violencia deja huella: salud mental y bienestar de las mujeres en el entorno laboral y social  admin 28 de mayo de 2025

La violencia deja huella: salud mental y bienestar de las mujeres en el entorno laboral y social 

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¿Qué implica hablar de violencia y salud mental para las mujeres? 

Hablar de salud mental con perspectiva de género implica mirar la vida de las mujeres desde un enfoque integral, más allá de los diagnósticos clínicos o los tratamientos terapéuticos convencionales. La salud mental está directamente vinculada con las experiencias cotidianas, las redes de apoyo, el acceso a recursos, el entorno laboral, las relaciones personales, la carga emocional, el reconocimiento social y el derecho a vivir con dignidad. 

Cuando una mujer atraviesa situaciones de violencia, ya sean visibles o invisibles, explícitas o naturalizadas, su salud mental puede verse profundamente afectada. Este impacto no se limita al espacio íntimo del hogar. También se expresa y reproduce en entornos laborales, escolares, comunitarios e institucionales, donde muchas veces las violencias toman formas sutiles, persistentes y desgastantes. 

Las mujeres enfrentan múltiples formas de opresión simultáneamente: por género, clase, etnia, edad, orientación sexual o discapacidad. Estas intersecciones hacen que la violencia se viva de maneras complejas y que su impacto en la salud mental sea acumulativo y prolongado. Entender esto es clave para generar entornos donde las mujeres puedan sanar, sostenerse y desarrollarse. 

¿Cómo afecta la violencia al cerebro y al cuerpo de las mujeres? 

Las experiencias de violencia activan de forma repetida el sistema nervioso de alerta. Esto genera una sobreproducción de cortisol y adrenalina, hormonas que preparan al cuerpo para huir o defenderse. Cuando esta activación se mantiene en el tiempo, modifica funciones cerebrales esenciales. Estudios neurobiológicos han identificado que la violencia sostenida altera el funcionamiento de la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, estructuras responsables del miedo, la memoria, la toma de decisiones y la regulación emocional. 

Los efectos más comunes incluyen: 

  • Alteraciones en el sueño, el apetito, la energía y la capacidad de concentración. 
  • Estados prolongados de ansiedad, tristeza, irritabilidad o angustia. 
  • Sensación de amenaza constante, incluso en ambientes seguros. 
  • Dificultades para establecer vínculos o tomar decisiones cotidianas. 
  • Culpabilidad, vergüenza o bloqueo emocional. 

Además de las consecuencias psicológicas y neurológicas, la violencia afecta el cuerpo: se manifiesta en dolores crónicos, enfermedades autoinmunes, trastornos digestivos o fatiga persistente. El cuerpo guarda memoria de las violencias vividas, y muchas veces las expresa cuando el entorno no permite verbalizarlas. 

En la vida diaria, estos efectos se traducen en decisiones postergadas, aislamiento social, dificultad para disfrutar actividades placenteras, miedo a ocupar espacios públicos o profesionales, problemas de confianza interpersonal, desmotivación para continuar procesos personales o profesionales, y un profundo agotamiento físico y mental que resta energía vital para la vida cotidiana. La violencia sostenida impacta en la forma en que las mujeres se relacionan con su cuerpo, con su voz, con sus deseos y con su entorno. Afecta la manera en la que duermen, comen, caminan, hablan o se vinculan con sus hijas, hijos y personas cercanas. Por eso, el enfoque de salud mental debe considerar estas formas cotidianas de sufrimiento y atenderlas de forma integral y colectiva. 

Violencias cotidianas en el trabajo: silenciosas pero corrosivas 

El entorno laboral es un escenario donde también se viven y perpetúan diversas formas de violencia que afectan la salud mental de las mujeres. Algunas son explícitas, como el acoso o la discriminación directa. Otras operan de manera más sutil y estructural, afectando profundamente la autoestima, la motivación, el sentido de pertenencia y el bienestar emocional. 

Entre las violencias más frecuentes se encuentran: 

  • Desigualdad salarial, bloqueo a promociones o concentración masculina en puestos de liderazgo. 
  • Hostigamiento laboral, bromas sexistas, miradas invasivas o comentarios inapropiados. 
  • Invisibilización del trabajo de las mujeres, apropiación de sus ideas, minimización de su esfuerzo. 
  • Sobrecarga laboral derivada de estereotipos de género (por ejemplo, asumir que las mujeres son mejores para “organizar”, “cuidar” o “resolver”) sin reconocimiento formal. 
  • Dinámicas jerárquicas autoritarias que limitan el desarrollo profesional. 
  • Exclusión sistemática de espacios de toma de decisiones. 

Existen además violencias simbólicas y relacionales muy extendidas: 

  • Narrativas que cuestionan los logros de las mujeres al insinuar que ascendieron por vínculos personales o favores sexuales. 
  • Generación y difusión de rumores o chismes que buscan desestabilizar su imagen o aislarlas del equipo. 
  • Manipulación emocional o presión psicológica constante para imponer decisiones o desgastar la confianza. 
  • Competencia mal encauzada entre compañeras promovida por liderazgos autoritarios o ambientes laborales tóxicos. 

Estas violencias, disfrazadas muchas veces de dinámicas organizacionales o culturales, generan un desgaste progresivo. Las mujeres pueden experimentar agotamiento extremo, sensación de desprotección, miedo a hablar, insomnio, irritabilidad, bloqueo creativo y desconexión emocional con sus proyectos. Muchas terminan abandonando sus empleos o bajando su rendimiento por un entorno que lejos de impulsar, limita y agrede. 

En mujeres con antecedentes de violencia en otros espacios (familiares, institucionales o comunitarios), este tipo de entornos puede reactivar traumas previos y reforzar creencias de invalidez o culpa. La salud mental se ve afectada de forma acumulativa, y sin redes de contención o acompañamiento, se profundiza el sufrimiento. 

¿Qué pueden hacer las empresas para construir entornos que cuidan? 
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Las empresas tienen un papel crucial en la prevención, atención y transformación de las violencias que afectan la salud mental de las mujeres. Su responsabilidad no se limita al cumplimiento legal, sino que puede ampliarse como un compromiso ético con la vida, la dignidad y el bienestar colectivo. 

Impulsar espacios laborales libres de violencia no solo mejora la productividad, sino que crea climas de trabajo más colaborativos, humanos y sostenibles. Además, contribuye a posicionar a la empresa como una organización responsable y comprometida con la justicia social, algo cada vez más valorado por clientes, colaboradores e inversionistas. 

Las acciones empresariales deben considerar tanto el acompañamiento directo a mujeres en situación de violencia como la creación de una cultura organizacional basada en el cuidado, la empatía y la corresponsabilidad. Esto implica tomar decisiones en todas las áreas: desde recursos humanos hasta comunicación, pasando por liderazgo, beneficios, formación y clima interno. 

A continuación, se amplían algunas de las medidas que las empresas pueden asumir como parte de su estrategia integral de bienestar con perspectiva de género: 

Diseñar e implementar protocolos de prevención y atención a las violencias 
    1. Crear canales de atención confidenciales y accesibles. 
    1. Brindar acompañamiento psicológico y jurídico en caso de violencia, sin exigencias ni revictimización. 
    1. Establecer medidas de protección laboral, como cambios de área o medidas cautelares internas. 
    Asegurar licencias y condiciones laborales que consideren los tiempos de cuidado y recuperación 
      1. Ofrecer licencias específicas en casos de violencia o afectaciones emocionales. 
      1. Flexibilizar horarios para mujeres que atraviesan procesos personales, legales o familiares relacionados con situaciones de violencia. 
      Establecer alianzas con centros especializados y redes de apoyo 
        1. Crear vínculos con instituciones de atención a mujeres, centros de salud mental y refugios. 
        1. Promover actividades en conjunto que fortalezcan la contención emocional de las trabajadoras. 
        Capacitar permanentemente a todo el personal 
          1. Brindar talleres sobre violencia de género, salud mental, cuidado colectivo, cultura organizacional ética y resolución no violenta de conflictos. 
          1. Desarrollar habilidades de comunicación empática y escucha activa. 
          Fomentar una cultura de respeto, colaboración y reconocimiento 
            1. Promover liderazgos femeninos y corresponsables. 
            1. Establecer políticas de equidad y paridad en los equipos. 
            1. Visibilizar y valorar los aportes de todas las mujeres, en todos los niveles. 
            Medir y transformar constantemente el clima laboral 
              1. Realizar diagnósticos participativos. 
              1. Escuchar a las mujeres sobre cómo viven su día a día en la empresa. 
              1. Transformar estructuras y prácticas que sostienen desigualdades o malestar. 

              Cuando una empresa se compromete con estas acciones, crea un espacio que no solo produce, sino que también sostiene. Sostiene la vida, la salud, el deseo, la dignidad. Y eso, en tiempos donde tantas mujeres viven en alerta, es un acto de reparación y de futuro. 

              ¿Qué estamos haciendo en Libera? 
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              En Libera creemos que las empresas tienen una responsabilidad activa en la construcción de espacios laborales más justos, conscientes y seguros para todas las personas, especialmente para las mujeres. Sabemos que las violencias afectan profundamente la salud mental, la seguridad y el desarrollo profesional, y por eso, en nuestro equipo, nos tomamos en serio la prevención y el acompañamiento. 

              Contamos con protocolos internos claros para la atención de situaciones de violencia, así como con una línea de denuncia anónima externa (la Línea Verde), pensada para ofrecer confidencialidad, acceso seguro y seguimiento. Esta herramienta permite a cualquier persona del equipo reportar una situación preocupante sin temor a represalias, sabiendo que será escuchada con respeto y empatía. 

              Además, implementamos talleres y capacitaciones periódicas para todo el personal. Hablamos abiertamente sobre nuevas formas de liderazgo, masculinidades conscientes, cuidado colectivo, y estrategias para construir una cultura laboral basada en el respeto mutuo. Fomentamos el diálogo horizontal, la escucha activa, y la corresponsabilidad en la construcción de espacios laborales libres de violencias. 

              Nuestro compromiso también se refleja en las prácticas cotidianas: promovemos el equilibrio entre vida personal y trabajo, la flexibilidad para atravesar procesos personales difíciles, y la visibilidad de los aportes de todas las personas dentro del equipo. En Libera, creemos que el bienestar no es un extra: es la base sobre la que se construye todo lo demás. 

              Este tipo de acciones son una invitación para que más empresas se sumen desde el cuidado, la ética y la acción concreta. Porque transformar los espacios laborales también es transformar el mundo. 


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